Como el río que fluye

En mi reciente viaje, me acompaña un libro, en uno de sus breves y profundos relatos encontré lo siguiente...

Hay momentos en que nos gustaría mucho ayudar a quien queremos mucho, pero no podemos hacer nada: o las circunstancias no permiten que nos acerquemos o la persona está cerrada a cualquier gesto de solidaridad apoyo. Entonces sólo nos queda el amor. En los momentos en que todo es inútil, aún podemos amar… sin esperar recompensas, cambios, agradecimientos.
Si conseguimos actuar de ese modo, la energía del amor empieza a transformar el universo que nos rodea. Cuando aparece esa energía, siempre consigue hacer su labor. «el tiempo no transforma al hombre. El poder de la voluntad no transforma al hombre. El amor transforma al hombre». […]
El amor transforma, el amor cura, pero a veces el amor construye trampas mortales y acaba destruyendo a la persona que decidió entregarse por entero. ¿Qué sentimiento complejo es ese que, en el fondo, es la única razón para que sigamos vivos, luchando, procurando mejorar? Sería una irresponsabilidad intentar definirlo, porque como todos los demás seres humanos, yo sólo he conseguido sentirlo. Se escriben millares de libros, se representan obras teatrales, se producen películas, se componen poemas, se tallan esculturas en madera o en mármol y, aun así, lo único que puede transmitir el artista es la idea de un sentimiento…, no el sentimiento en sí. Pero yo he descubierto que ese sentimiento está presente en las pequeñas cosas y se manifiesta en las más insignificante de las actitudes que adoptamos, por lo que es necesario tener siempre presente el amor cuando actuamos o dejamos de hacerlo.[…]
Y, […] cuando lo que queda sólo es soledad, entonces recordar una historia que un lector me envío en cierta ocasión:
Una rosa soñaba día y noche con la compañía de las abejas, pero ninguna acudía a posarse en sus pétalos. Sin embargo, la flor seguía soñando: durante sus largas noches, imaginaba un cielo en el que volaban muchas abejas, que acudían cariñosas, a besarla. De ese modo, conseguía resistir hasta el próximo día, cuando volvía a abrirse con la luz del sol.
Una noche, al enterarse de la soledad de la rosa, la luna preguntó:
-¿No estás cansada de esperar?
-Tal vez, pero necesito seguir luchando.
-¿Por qué?
- Porque, si no me abro, me muero.
En los momentos en que la soledad parece menoscabar toda la belleza, la única forma de resistir es seguir abierto.
De Paulo Coelho en, Como el río que fluye.