Necesito el mar,
necesito sus olas
que me hagan vibrar.

Necesito su sal
que me ha de curar
esta gran herida
de esperanza tan perdida.

Si, yo necesito el mar.

Necesito su agua
mis penas he de ahogar.

Necesito el reflejo, del sol tan intenso
de este mar de mil amores
en mi mundo sin valores.

Si, yo necesito el mar
con su calma y tempestad,
necesito el mar.

Ese mar inmenso
en el cual he de naufragar.

Ese mar profundo
donde todo es libertad.

Ese mar de lágrimas
de mi intensa soledad.
En 1993. 

Mi paso por Roma


El Tévere a su paso por Roma

por Ramón Gaya.

El Tévere se extiende como el brazo
de una madre cansada y perezosa;
sus aguas son de carne entreverdosa
y es blando el ademán, antiguo el trazo

de esa línea curvada de su abrazo;
no es un río presente, es una fosa,
es una tumba viva y temblorosa
que va hundiéndolo todo en su regazo;

y el pescador inmóvil, silencioso,
el "froccio" casi lírico, la rata
repentina, las putas ambulantes,

un pájaro saltando, un "cane" ocioso,
un lujo de basuras -vidrio, lata-,
le bordan dos orillas delirantes.

Fotografía de mi paso por Roma.
Marzo, 2010.